Este
texto es una serie de reflexiones, anotaciones, que acompañan un trabajo de
filmación del espacio público, desde la
la lectura del capítulo cinco:
“el secreto y la sociedad secreta” de Georg Simmel. La intención ha sido dar un primer
paso, atreverme a apuntar una tentativa de cómo aparece el enigma en la
experiencia del espacio público y cómo también la constituye. El enigma
entendido como una variación o una intensidad del secreto.
Como anuncio
en el título esto no es más que un cuaderno de trabajo, incompleto, frágil e
inestable. Este documento debiera aparecer con
tachones, referencias en los márgenes, también con signos de interrogación. …
Como digo, aquí se apunta algo...
Conocemos
el lugar (sentido figurado) donde producen y se llevan a cabo las formas de
sociabilidad basadas en la confianza, el mutuo acuerdo. En éstas, el secreto y
la mentira, son tácticas necesarias que estructuran y configuran nuestra vida
social y nuestra representación del “otro”, los otros “conocidos”.
Pero
voy ha detenerme en otra intensidad, la que se da cuando sólo tenemos la imagen
del otro y la nuestra en un escenario común. Es entonces cuando el ojo se convierte en un órgano guía, pincel, mano y bisturí que resigue y recorta lo que
está alrededor, ahí fuera. El que compone la escena.
El ejercicio es mirar y un sinfín
de variaciones: focalizar la mirada o dejarla suspendida, dejar arrastrarse el
ojo por algo que se mueve ahí fuera, mirar y no ver, hacer ver que no miramos y
ver, mirar y ver intencionadamente… El gesto que inicia el ojo y que afecta
automáticamente al cuerpo entero construye todo una gramática del mirar, un
repertorio del espacio donde nos encontramos. En situaciones así, más que el secreto, lo que articula,
estructura y mueve este espacio dramático y sus relaciones es el enigma.El enigma establece unas coordenadas, distancias e intensidades entre los que participan del espacio público. Al mismo tiempo, el enigma está por todas partes y aparece de la mano de un extrañamiento a lo “brechtiano”. En la experiencia del espacio público este efecto de “distanciamiento” produce algo paradójico, un efecto simultáneo y desconcertante: por momentos nos ofrece imágenes reveladoras, que trascienden la intención y el control de quien nos las ofrece, flashes que son bocados de “realidad” estables y de corta duración ( que nos remiten más allá de estereotipos y carácteres fijos). De esta manera podemos estar observando el gesto de una anciana retocándose el peinado, ejecutado desde una energía juvenil, casi sexual que nos informa de lo que fue y lo que quizás sigue siendo a pesar de su cuerpo y el tiempo, su apariencia). Al mismo tiempo y casi a la vez, segundos después, esta ilusión de que algo se ha revelado se desvanece y vuelve la ambigüedad. Es entonces cuando no podemos estar seguros de nada, cuando todo “parece que”, cuando todo es insinuación. Ahora los significados son borrosos, líquidos, sin forma. Esta dinámica pendular que nos propone el enigma, da profundidad a la superficie y nos enseña a mirar y entender esta dialéctica entre la forma y el fondo, entre el significado y el significante. De esta manera podemos intuir la resistencia o el carácter móvil y dinámico en el que se inscribe al vida social en el espacio público.
En la arena del espacio público, si estamos atentos a la dinámica del enigma descrita arriba, el quietismo del lenguaje que fija y etiqueta a el “otro” se relativiza. Conceptos como “inmigrante”, “extranjero”, “turista”, se diluyen o se nos escapan si intentamos enmarcarlos. Aquí estamos ante una realidad y su profundidad inagotable.
En
esta espacio dramático de múltiples narradores, de capas que interactúan
simultáneamente, textual, visual, musical, coreográfica…cardíaca, nos
convertimos todos en la heroína o
el héroe trágico desprovistos de acción* (en el sentido aristotélico del
término). El enigma construye una dramatúrgia de luces y sombras, de
significados resvaladizos e inestables. Sabemos que la anagnórisis
(reconocimiento), parte fundamental que estructura la acción en la tragedia
griega, nunca llegará ( Edipo se quedaría sin reconocer a su verdadera madre).
Estamos inscritos en una trama de lo insípido, por donde se entrevé de vez en
cuando la posibilidad de que algo ocurra, se revele algo, o que algo suceda (
intuimos que algo a estado a punto de ocurrir en el paso lento de alguien al
cruzar el lugar, en el gesto repentino del de ahí atrás, en el quietismo de
quien mira y no espera nada), pero donde nunca pasa nada (la acción* queda
siempre aplazada). El enigma se mantiene y potencia en un marco así, donde nada
es conclusión, tampoco resultado.
Creadores
de escena y espectadores a la vez actuamos en la superficie y con
lo superficial: el cuerpo, el gesto, el vestido, el adorno y el recorrido.
Estos elementos configuran el enigma.
Estamos en el terreno de lo equívoco, lo ambiguo, de las apariciones
(frágiles y subjetivas) y es ahí donde queremos estar. Lo que nos pasa en
escenarios así es que aparecemos , en el sentido literal del
término para “parecer”, y de pronto desaparecemos, en el sentido literal
también. Existe la posibilidad de desaparecer sin dejar de aparecer, de estar
ahí. Y es que la forma de
ocultación y exposición se ejercen mutuamente como un número de magia sutil y
sorprendente. Podemos así encarnar
diferentes actitudes, intenciones, máscaras, que se mueven y manifiestan en
escalas casi microscópicas.
Entonces
desde lo visible, lo patente, lo sensual (pienso también aquí en los ritmos,
cadencias, acentos, calidades, volúmenes, tonos) es desde donde se construye lo enigmático, como lo
hipnótico… Desde todos estos
elementos y complementos, estas microsociedades aparentemente silenciosas (el
lenguaje queda en un “fuera de campo”), se expresan.
Es
también a través de la mirada y de la observación donde ejercemos el
privilegio, de desprendernos de nosotros mismos, de confundirnos con la imagen del “otro”. Salirse, confundirse,
mimetizarse, para después volver a uno mismo, a entrar, (si estamos de acuerdo
que esto es posible). Como una desposesión de uno mismo, para después volvernos
a poseer.
Mirar
puede ser también un ejercició de reflexión: chocamos la visión contra algo y
desde ahí la rebotarmos hacia nosotros (como diría Merleau Ponty); reflexionar sería como revelarse a sí
mismo al reflejarse desde algo o desde el “otro”.
Toda
esta situación tiene algo de liturgia, convirtiendo el espacio público en un
lugar sagrado para el culto que se
produce desde lo superficial y en un solo acto: el desfile continuado de
cuerpos y sus adornos. Un largo plano secuencia muy “berlangiano”, donde cada
uno de nosotros dirige y configura la dramaturgia del lugar, desde estas
coordenadas de la hiperdiscreción.
El
enigma, es el leiv motiv que agrupa a todos ellas porque estamos en el terreno de la ilusión,
del deseo, de lo imaginado. Cada
uno de nosotros somos sin más, una suma de astros medios eclipsados en una
realidad puesta entre paréntesis.
El resultado es un relato donde nunca pasa nada, un realto cíclico,
donde la acción siempre queda suspendida. Lo que presenciamos es una serie
infinita de máscaras “desde donde
parece que…”. Vemos una y otra vez, la anatomía del enigma, que configura un
lugar donde todo es posible, aunque casi nunca pase nada.